EL PLATO DE SEGUNDA MESA

Para mi... para recordarlo cada vez que tenga ganas de amarte.                               Cómo se explica, cómo se entiende, cómo ...

Para mi... para recordarlo cada vez que tenga ganas de amarte.

                             



Cómo se explica, cómo se entiende, cómo se protesta, cómo se sabe si ya es suficiente, cómo se sigue adelante si es todo lo que conoces, todo lo que eres, todo aquello en lo que te convertiste, todo aquello a lo que autorizaste. Cómo se hace para dejar de pensar, pensar sin esperar, esperar sin entregar, entregar e irse. Irse lejos, sin maletas, sin recuerdos, sin memoria, sin ver atrás, sin corazón. Pero no es tan complicado, porque al final todo te lo quedaste tú, no lo regresaste y lo coleccionaste en aquel estante lleno de polvo donde solías dejar todo lo que reunías. Pero no te culpo. Yo lo autoricé, yo lo permití, yo fui la que se inmortalizo y me hice a la medida. Te di todo lo que pude, todo lo que alcancé, todo lo que logré sin quebrarme. Y te esperé, me ajusté y te perdoné. Te perdoné todo aquello que me hacías y no importaba; aquella vista era mejor desde la repisa superior. Me pinté un corazón en el centro, perfectamente bordeado y sombreado; hasta parecía que latía en tanta rigidez. Parecía que quería darlo todo, que se agrandaba, que se llenaba de esperanza cada vez que te sentabas a contemplarlo desde aquel sillón que pusiste en frente donde nos podíamos ver perfectamente. Cómo no amar al poeta que me había escogido como su obra de arte. Cómo no amar a aquel hombre que encendía la luz a media noche y me despertaba para contarme su sueño. Como no amar a aquel viento que me levantaba temprano y me servia el desayuno. Como no amar a aquel artista que me miraba con ojos de ilusión mientras me pintaba. Era mi fascinación, mi delirio, mi insomnio, mi sonrisa. Esperaba por meses a que volvieras de los largos viajes en barco a los que te ibas sin decir una palabra, para evitarnos el dolor. El dolor de enterarme cuando no volviste que tu barco naufragó y te llevó a otro lado, lejos de mi. Y después de años volviste y me tomaste como nunca antes sin ninguna explicación, sin decir una palabra, sin mirarme con aquellos ojos con los que solías verme. No me dejaste limpiarme antes de meterme en tu auto, aquel auto pequeño que escogiste porque decías que guardaría mejor nuestro amor gigante y te pondría cerca a mi cuando viajáramos juntos. Y nos mudamos pensando que tal vez habías encontrado el lugar perfecto para nosotros a cientos de kilómetros, donde pudiéramos comenzar de nuevo. Pero te detuviste a mitad del trayecto, nos bajamos y caminamos por un rato hasta la mitad de la nada, cogidos de la mano con alegría infinita sin saber que sería nuestra última vez. Entonces ya lo tenías preparado, estaba organizado, lo pensaste con precisión durante el tiempo que no estuviste a mi lado. Y me destapaste los ojos justo en frente del lugar donde me pondrías, la parte central de tu obra, la exposición final, el clavo perfectamente incrustado. Y me tomaste suavemente y me pusiste junto a las flores, a los jazmines y las rosas que por años coleccionaste y que al igual que yo se inmortalizaron para ti. Pero yo era más grande que todas esas flores y tenía un corazón pintado en la mitad; resaltaba por naturaleza; y aunque estaba sucia brillaba como el día en que me conociste. Casi parecía hecha de plata nuevamente, pero ella me había quitado el lugar. Estaba pulida y deslumbrante como yo lo estuve tiempo atrás, cuando te vi y no había pasado años esperándote. Sólo entonces me di cuenta que ese don ya no lo poseía, ya no me correspondía; que yo ya no era la razón de tus trasnochos, de tus sueños, de tus madrugadas, de tus desayunos, de tus pinturas. Me lo arrebató todo ella desde la última vez que te permití zarpar sin refutarte y me senté a esperarte como solía hacerlo en silencio. Te dejé partir, creyendo que aún era la bandeja de plata que se pulía a diario en la repisa para ti, porque no sabía si ese día ibas a llegar y sólo quería que me vieras deslumbrar. Pero entonces me di cuenta que aquel día era importante, era crucial pues terminabas esa obra que llevabas años creando, pintando y modelando. Ese día era importante porque finalmente terminabas de acomodar todas las piezas. Ese día era importante porque después de mucho tiempo, lograste completar la colección de artefactos que reunías. Y uniste a las flores de jazmín con las rosas, y los girasoles con claveles, y las margaritas con orquídeas. Pero te hacía falta yo, necesitabas a alguien diferente, dispuesta y que estuviera moldeada a la perfección . Sólo así encajaría y completaría aquella mesa que tenías en el jardín, la mesa que todos amaban pero donde nadie se sentaba, la mesa donde todos se miraban pero nadie compartía, la mesa que todos contemplaban pero donde nadie conversaba. Aquel día fue importante porque después de muchos años de espera, finalmente terminaste la segunda mesa en el jardín y yo fui escogida como el plato principal.


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1 comments

  1. Desearía que supieras lo que en ese momento mi alma sentía, aunque habrás notado cauces en mi rostro cuando noté en la mesa que me servias... No dejes de escribir, ojalá sacarás un libro con escritos como estos Paula, Saludos!

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